"Con espíritu contrito sometan (los fieles) sus pecados a la Iglesia en el sacramento de la penitencia" (Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, 5) Antes que todo, dos aclaraciones: 1. Los pecados no los perdona el sacerdote. Los pecados los perdona Dios, mediante la absolución del ministro ordenado: obispo o presbítero.
Como buena madre, la Iglesia implora al Señor que la humanidad sea liberada de tal flagelo, invocando la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de la Misericordia y Salud de los Enfermos, y de su esposo San José, bajo cuyo patrocinio la Iglesia camina siempre por el mundo.
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